Cuando yo nací, las palmeras altivas se balanceaban
danzarinas llevadas por la brisa del mar. El día que nací, la primavera lucia
en todo su esplendor sobre los pequeños brotes de flores asomados en mi balcón. El sol lanzaba caminos estelados,
brillantes como senderos mágicos hacia
el lejano horizonte. Brillante, majestuosas, las olas blanquecinas saltaban
airosas, espumosas, lamiendo la arena. Saludaban ufanas retirándose en cortesía removiendo con suavidad pequeñas
barcas adormecidas en la húmeda arena.
El día que nací, la rambla de Badalona me dio la bienvenida
en medio de nubes juguetonas que estallaban sobre las casas elegantes de mirada
salada.
Mi camino cazó la brillante estelada guiándome en armoniosa sociedad
y la atenta vigilancia del longevo horizonte.
La mirada se pierde ante la inmensidad de un azulino
inquieto, soberbio, altivo. Los ojos se llenan de salitre colmando las venas
del aroma del mar.
Al amanecer, desde la alcoba íntima y acogedora, la luz del
agua azulada asalta mi lecho y mis canas. La naciente imagen, el primer olor,
recoge los recuerdos que cayeron en las grises aguas en días tormentosos. Los
recuerdos renacen, reparten paz y aliento, traen bajo sus encrestadas olas,
infancia y madurez.
En la plenitud de la vida, donde el mar ha cambiado de zapatos y abrigo miles de veces, donde los pliegues de
mi piel, algo envejecida y más sabia, ha saboreado los colores infinitos de un
magia envolviéndote como una madre amorosa entre sus manos húmedas y
resbaladizas, firmes y orgullosas.
Como una dama elegante, la mágica luz te envuelve en
telarañas de colores hechizando tu cuerpo y tu mente hasta la profundidad
brillante, confusa, misteriosa, llena de vida.
En mi nuevo hogar, donde sus calles y sus tribus me saludan,
donde el mar no llega pero se intuye, donde las olas del anciano océano se
pierden tras las montañas. Este pequeño pueblo, rodeado de pinos y fresas,
respira el perfume que llega cansino pero firme hasta sus hogares.
Cada mañana, desde el bello jardín de mi casa, renazco es esa
primavera que me dio la visión tan bella de una playa recogida y altanera.
Recupero recuerdos tan lejanos como mis manos, tan entrañables como mi
pensamiento, tan brillante como mi mar.
En este pequeño pueblo, sigo nadando entre sus hierbas
divertidas abrazadas por un sol que lleva en sus entrañas la sal y la viveza
del agua llena de vida que reemplaza mi nostalgia.
Mi vida desde que nací, aquella primavera que me recibió,
está, sin remedio, ligada al mar. Mi mar.